La depresión es un trastorno mental frecuente, que se caracteriza por la presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa o falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración. La depresión puede llegar a hacerse crónica o recurrente y dificultar sensiblemente el desempeño en el trabajo o la escuela y la capacidad para afrontar la vida diaria. En su forma más grave, puede conducir al suicidio. Si es leve, se puede tratar sin necesidad de medicamentos, pero cuando tiene carácter moderado o grave se pueden necesitar medicamentos y psicoterapia profesional. La depresión es un trastorno que se puede diagnosticar de forma fiable y que puede ser tratado por no especialistas en el ámbito de la atención primaria.
La depresión puede
aparecer en cualquier época de la vida, siendo más frecuente entre los 18 y 44
años de edad y con una edad media de inicio de alrededor de 27 años. La
incidencia de este trastorno en la población es de 10 nuevos casos por cada
1000 individuos a lo largo de un año. Los estudios epidemiológicos ponen de
manifiesto, con algunas excepciones, que en las mujeres la prevalencia,
incidencia y riesgo mórbido por
el trastorno depresivo son dos veces mayores que en los hombres. De esta
manera, la prevalencia del trastorno en muestras de población general varía en
un rango del 2,6% al 5,5% en los hombres y del 6,0% al 11,8% en las mujeres.
Otros estudios que contemplan fenotipos más amplios de depresión muestran
prevalencias mucho más elevadas, con un rango de variación que va desde un
10-12% en hombres hasta un 20-25% en mujeres.
La depresión, al igual que la mayoría
de enfermedades que afectan al ser humano, tiene un componente genético y un componente
ambiental. Esta enfermedad no sigue un patrón clásico de herencia mendeliana,
sino que se considera que sigue un modelo de umbral de susceptibilidad. Este
modelo explica que hay una variable que es “susceptibilidad para desarrollar la
enfermedad” y que ésta se reparte de forma continua en la población, de manera
que solo los individuos que superen un determinado umbral de esta variable
manifestarán el trastorno. Neurotrasmisores y hormonas como la serotonina, la
dopamina y la norepinefrina están vinculadas con la depresión, ya que problemas
como una capacidad baja para producirlas hace que las personas estén predispuestas
a tomarse peor algunas situaciones. Dos estudios independientes de
investigadores de la Universidad de Washington (EEUU) y del King’s College de
Londres (Reino Unido) identificaron una región del cromosoma 3 que contiene
hasta 90 genes relacionados con la depresión severa. Por otro lado, un estudio
en el que se secuenció parcialmente el genoma de 5303 mujeres chinas con
depresión clínica hecho por un consorcio científico internacional halló dos
genes en el cromosoma 10 implicados en el desarrollo de la depresión: SIRT1 y
LHPP. El gen SIRT1 (sirtuina) está implicado en la generación de mitocondrias
(orgánulos que dan energía a la célula), lo que sugiere que las mitocondrias podrían
estar implicadas en este trastorno mental. Se ha visto que los pacientes con
depresión tienen más ADN mitocondrial. El gen LHPP (fosfolisina
fosfohistidina), en cambio, es un gran desconocido. Sin embargo, según estos
estudios, los genes no tienen la última palabra a la hora de determinar si una
persona va a sufrir o no depresión, el ambiente es también un factor importante
y un entorno favorable puede anular la predisposición escrita en el ADN. Del
mismo modo, también es posible tener depresión en ausencia de una
predisposición genética si se está en un entorno desfavorable (monótono,
estresante…).
La depresión mayor,
junto con episodios maníacos y trastornos psicóticos son los principales trastornos
mentales asociados a suicidio e intento suicidio. Síntomas independientes como
ansiedad, agitación, alteración del sueño y trastornos psicosomáticos, así como
los cambios de carácter y la labilidad afectiva e irritabilidad son menos
habituales. El riesgo aumenta cuando los trastornos del estado de ánimo (como
la depresión) se asocian con el abuso de sustancias, alcoholismo y/o existen
antecedentes de conductas agresivas. Un
análisis, realizado por científicos de la University of Western Ontario, del
tejido cerebral de personas depresivas que se suicidaron, en comparación con el
tejido de personas que murieron repentinamente, como de ataques al corazón u
otras causas, señala que el genoma de los suicidas se había modificado
químicamente siguiendo un proceso normalmente relacionado con la regulación
celular denominado regulación epigenética. El ADN de los seres humanos codifica
aproximadamente 40.000 genes y estos genes son los mismos en todas las células
de nuestro cuerpo. La única razón por la que una célula de la piel se convierte
en una célula de la piel en lugar de en una célula del corazón (por poner un
ejemplo) es que sólo una parte de esos 40.000 genes se expresan, mientras el
resto son paralizados por el proceso epigenético de la metilación del ADN. Los científicos descubrieron que la tasa de
metilación en los cerebros de los suicidas era diez veces mayor que la de los
cerebros del otro grupo de fallecidos. El gen que había sido “detenido” en las
personas depresivas analizadas era el receptor de uno de los neurotrasmisores
que juega un importante papel en la regulación del comportamiento. Según los investigadores,
esto demuestra que los factores genéticos y ambientales interactúan para
producir modificaciones específicas en los circuitos del cerebro y que dichas
modificaciones perduran en el tiempo.
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